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Foto del escritorLuis Montenegro

Voces en la Oscuridad

Eran casi las diez de la noche cuando terminó de beber su café. Cerró la croquera, el boceto de un bosque de robles ya estaba casi terminado. Mañana le daría los últimos retoques para que quedara listo para digitalizarlo.


Aún no entendía de donde salían todas esas imágenes que plasmaba en sus dibujos. Eran como fotografías de un mundo extraño y misterioso donde vivían muchos árboles que conocía, pero también moraban allí seres aberrantes que merodeaban entre los matorrales.


Todo comenzó hace unos siete meses, cuando se mudó a la casa de campo en que ahora residía. Entonces trazó,sin darse cuenta, las primeras líneas sobre un pedazo de cartón que luego arrojaría a la basura. Primero bosquejó las flores de un campo de tréboles que en su mente veía de distintos colores, en su mayoría negras. Luego vio lo que pareció ser un perro, e inició dibujando las patas, el rabo, los detalles del cuerpo…Y eso fue todo, el animal carecía de cabeza. Se sintió aterrado con el boceto terminado, ya que le pareció que el portaminas había tomado el control no solo de su mano, también de su mente.


Al otro día volvía a suceder. Se sentó a tomar desayuno y, antes de siquiera percatarse de lo que estaba haciendo, sacó el lápiz, verificó que tuviera mina, y sin más se apoderó de una servilleta doblada en cuatro. No tardó en aparecer un gato, o lo que parecía ser un gato; pero esta criatura era estilizada, con tres colas, cuello largo, hocico afilado, colmillos como cuchillos carniceros y cuatro ojos. Cerró los ojos y vio al ser parado en medio del jardín frontal, y reparó en que su pelaje era azabache y sus ojos, grises.


Sintió miedo y arrojó el portaminas contra el muro. Sin embargo, a pesar de que el objeto volaba en pedazos, la criatura seguía plasmada en la servilleta y el fenómeno en el jardín no tenía explicación.


Una vez en el pueblo, ese mismo día pasó a una librería y compró otro portaminas. Lo recorrió con los dedos. El vendedor lo miraba sin comprender por qué lo revisaba tanto. Habrían continuado así todo el día de no ser porque, finalmente, le pidió añadir una croquera. Pagó ambas cosas y las guardó en la mochila que cargaba en el hombro derecho.


Salió a la calle y se quedó frente a la plaza de armas, caminó hasta el centro y se quedó mirando los terrenos verdes. Vio al perro sin cabeza, al gato de cuatro ojos y muchas criaturas más... Gritó hacia las alturas sin importarle las miradas ni cuchicheos de las personas presentes. Se agarró la cabeza con ambas manos y se marchó a la parada de taxis para regresar a su casa en el campo.


La propiedad la consiguió a muy buen precio. Sus amigos le advirtieron que lo barato salía caro; sin embargo, por más que la revisaba no le encontraba ningún desperfecto. El dueño quería deshacerse de la propiedad lo antes posible; dijo padecer de cáncer terminal y necesitar el dinero para los tratamientos de quimioterapia. Pensó que el sujeto le estaba mintiendo con lo de la enfermedad, no obstante, al verlo calvo y con el pellejo apegado a los huesos no pudo ni quiso seguir cuestionando el asunto.

Recogió las cosas de la mesa, lavó la taza y dejó la croquera en el escritorio. Se estiró. El sueño lo embargaba, mejor sería que se metiera a la cama antes de comenzar a cabecear de pie.


Las ampolletas parpadearon. Por más electricistas que vinieran a ver la instalación de la casa, no lograban solucionar el problema. De todas formas, él, por su cuenta, cambió hasta la última ampolleta y nada, todo seguía igual. Odiaba no tener el conocimiento suficiente para desarmar el cableado y volverlo a organizar. Si se lo pedía a un técnico le costaría mucho dinero,y no contaba con tanto después de la compra y el papeleo de la escritura.


La puerta del viejo estante junto a la salamandra se abrió de golpe, algo a lo que ya se estaba acostumbrando. La primera vez que ocurrió casi se quedó con el corazón en la mano, pues se encontraba de rodillas revisando el depósito de leña. Queriendo evitar que se abriera nuevamente,miró las bisagras del mueble y el pestillo, pero todo estaba en orden. Fue allí cuando se percató de que dentro del mueble se encontraba apilado un montón de hojas, croqueras con las tapas desgarradas y viejos cuadernos anillados;todo repleto de polvo.


Mirando en todas direcciones, se preguntó cómo habría pasado por alto aquel estante si el hombre le había mostrado el interior de toda la casa.


Tomó uno de los cuadernos. La tapa presentaba indicios de hongos. Quiso dar vuelta atrás y dejarlo en la pila, mas no lo logró y miró en la primera plana donde decía:

"El mundo de las sombras engulle las montañas, los extensos bosques y los animales no parecen percatarse a pesar de que sus cuerpos sufren violentos cambios. E visto como a una parvada de gorriones les crecían dos pares más de alas, a un grupo de lobos se les caía el pelaje siendo remplazado por escamas; un par de perros que perdían la cabeza y seguían andando; y a cierta clase de felinos que les nacían dos colas más, se les alargaba el cuello y mostraban otro par de ojos. Me faltaría papel para poder narrar todos estos aberrantes cambios, siendo que nada más hablo de los animales, no de los flujos de agua que se volvieron de fuego, o de las plantas que sustituyeron los bellos colores por el negro y el gris en distintas tonalidades. Lo peor es que en la sombra oía voces, no las reconocía, pero me llamaban, si, sabían mi nombre y se acercaban, estaban a mi espalda..."


El temblor fue involuntario, por poco dejó caer el cuaderno.


En aquel escrito se advertían varios borrones, incluso rallas que daban a entender de que aquel era original, no una copia.


Miró el resto de las páginas, dibujos de paisajes, de seres informes, el mismo mundo que se rebelaba bajo su puño estaba allí, desde hacía mucho tiempo.


Tomó cada boceto y lo digitalizó. Tarde o temprano encontraría la verdad de aquel mundo.


Cerró la puerta del estante, se aseguró que el pasador del pestillo quedara firme y se aprestó a ir a su cuarto;pero de golpe la luz se extinguió. La penumbra lo abrazó, las cortinas no dejaban que ningún espectro luminoso lo ayudara.

No alcanzaba a distinguir siquiera la punta de su nariz, así que se vio obligado a avanzar a tientas en el espacio mientras trataba de recordar la posición de los muebles.


Se golpeó la rodilla derecha con el reborde de la mesa de centro; le dolió, pero no se detuvo a frotarse para aminorar el malestar, si no que siguió andando hasta llegar al muro. Encontró con la mano el interruptor y lo presionó en repetidas oportunidades, nada. Se sintió ahogado por la oscuridad que le pareció consistente. Sus dedos se crisparon en el interruptor, el plástico crujió, y sintió una especie de brisa rozar su nuca. Imaginó a un monstruo a su espalda, tal vez similar a ese simio que dibujó hace cuatro días de más de dos metros de alto, o al menos de ese tamaño le pareció, espalda ancha, pelaje frondoso y el rostro cadavérico en donde se distinguían las fauces desnudas, además de millares de gusanos verdes que se aferraban al hueso descarnado.


Creyó oír el gruñido de la bestia. No debía ser más que un juego enfermizo de su mente, aun así apretó las manos contra su pecho. Deseaba desaparecer, estar metido en su cama tapado hasta la cabeza La brisa lo volvió a acariciar, un escalofrío le recorrió la espina erizándole hasta el último cabello, y los músculos se le agarrotaron cuando escuchó:

-Quédate quieto, no voltees.


Le pareció el tono de una mujer joven, pero con burbujeos tras cada palabra, además de un bajo extraño, como si la voz proviniera de un hocico largo y abultado.


Una bocanada de aire cálido confirmó un resoplido sobre su hombro, le llegó el aliento de aquella presencia oculta en la oscuridad cerca de sus orejas, y oyó el sonido de pesuñas sobre la cerámica. Se mantuvo quieto, pese a sentir una mano garruda tocando su antebrazo derecho por sobre la manga del chaleco.


-Yo le entregué los mayores secretos y él me abandonó, me dejó olvidada aquí como si fuese un objeto más que el tiempo deteriorará. Le enseñé los parajes que ocultan las sombras, las criaturas que asechan detrás de los setos, las sensaciones que genera el aire abrazador, la mayor libertad de este mundo ¡y me abandonó!

Se estremeció con el grito.


-La barrera está casi destruida, mi esencia por poco cruza hasta aquí y te encuentro a ti. Escucha muy bien, espero te quede claro antes de tener que arrancarte la piel a jirones. Sé que disfrutas de las visiones que envío, las aprovechas muy bien, y te aterran las revelaciones que tu mano plasma, pero no temas, bajo mis garras estarás seguro, podrás gozar de la máxima libertad.


El temor se fue extinguiendo, esta criatura lo quería cuidar, y pese a que sospechaba que se lo tragaría la oscuridad, se relajó, retrocediendo hasta sentir el cuerpo en contacto con su espalda. Un líquido gelatinoso se derramó sobre su cabeza, bajando lentamente por su rostro, su cuello, sus hombros, como si quisiera empaparlo en ese fluido tibio y de olor acre. . Con cada centímetro de su cuerpo cubierto se sentía embargado por una energía que lo revitalizaba, penetrando sus carnes hasta llegar al centro de los huesos.


-Quédate conmigo...


Fue lo último que escuchó antes de perder la consciencia y perder la noción del espacio y tiempo.


Al otro día la casa estaba silenciosa, con suerte el repiqueteo de la lluvia entonaba un cierto murmullo.


El estante se abrió de golpe una vez más y sobre la mesa de centro se podía ver un cuaderno anillado con las hojas a medio arrancar y cubierto de una fina capa de polvo; en su centro se hallaba vosquejado el hombre, rodeado de la flor negra del trébol. Tenía puesta su atención en dos gatos que lo contemplaban con sus cuatro ojos, y los acompañaba una mujer de largos cabellos enmarañados y cara de reptil.




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