La noche estaba avanzada, y entre los destellos fugaces de las estrellas en el firmamento y el ligero murmullo de las criaturas al costado del camino, Javier aceleraba la camioneta, pasando como una saeta carmesà por enfrente de un autoservicio.
-¿Crees que encontremos alguna botillerÃa en menos de treinta minutos? –le consultó un joven moreno que hacÃa de copiloto-. Mira que la idea no es alejarnos tanto de la cabaña, los chicos se preocuparán.
-VÃctor, relájate. Todos están más que entonados. No se percatarÃan de nuestra ausencia aunque nos largáramos toda la noche.
-No estoy tan seguro de eso. Recuerda que ya quedaba poco para beber, podrÃa apostar que se darán cuenta de nuestra falta.
-Mmm, tienes razón. Nos van a extrañar por el copete -dijo Javier acelerando un poco más-. La cuestión es que no vi botillerÃas en el camino, solo un par de negocios a unos quince o veinte minutos de aquÃ. Esperemos que nos sirva de algo.
De un momento a otro bajó una espesa niebla, pero Javier no disminuyó la velocidad, parecÃa ido tras el volante. VÃctor se comenzó a inquietar, dedicándole miradas de soslayo para ver si tomaba cartas en el asunto; sin embargo no lo hizo, y cuando ya no alcanzaba a detectar el camino a menos de un metro, profirió:
-¡Javier, la velocidad!
-¡Mierda!
Javier pisó el freno, y los neumáticos patinaron en el pavimento, precipitándose contra la barrera de contención.
*****
VÃctor despertó exaltado. Buscó desesperadamente a Javier, pero este no estaba; no habÃa vidrios rotos, ni un solo indicio de choque alguno. Aunque cuando trató de avistar el exterior la niebla se lo impidió. Por alguna razón se volvió mucho más densa, tanto que no le permitÃa distinguir nada a menos de medio metro.
Probablemente Javier salió del vehÃculo para buscar ayuda mientras dormÃa, o eso fue lo primero que imaginó con el fin de no alarmarse.
Buscó la manilla de la puerta. Cuando la encontró, la forzó en vano pues se hallaba con seguro. Intentó otear minuciosamente tratando de dar con el botón que dejarÃa la puerta libre, pero tuvo que dejar su cometido debido a que la máquina se agitó violentamente.
Creyó que se trataba de un movimiento sÃsmico; durante los últimos cinco años se habÃan vuelto comunes, por lo que respiró profundo y mantuvo la calma. No obstante el temblor no se detenÃa, mas bien se intensificaba más y más con el pasar de los segundos. La desesperación lo embargó, y mientras la respiración se le aceleraba, los ojos se le abrÃan desmesuradamente, sus manos sudaban en abundancia, y sus dedos se crispaban sobre sus muslos.
La carrocerÃa se agitó con tal agresividad, que VÃctor temió que los cristales estallaran ante sus ojos; y cuando su vista se comenzó a nublar y sintió que serÃa arrastrado a la inconsciencia, todo cesó.
Sus músculos no querÃan reaccionar, y poco a poco comenzó a mover sus miembros. Entonces lo abrazó una brisa gélida que lo hizo sentir como si estuviese expuesto a una frÃa madrugada de invierno. Se trataba de algo realmente ilógico, ya que en el interior del automóvil aún estaba encendida la calefacción, y se cercioró de esto. Precisamente, la calefacción funcionaba, y al máximo ¿Se tratarÃa de una sensación asociada al miedo? Se preguntó.
Oyó un murmullo, seguido de lo que pareció el suave aliento de una persona en su oÃdo derecho, y por más que trató de buscar al responsable en el espejo retrovisor, no vio nada. Se hallaba solo, lo curioso es que dicho murmullo no desapareció, muy por el contrario, se fue volviendo mucho más persistente, tornándose cada vez más nÃtido.
Giró la cabeza queriendo conocer el origen de aquellas palabras que segundo a segundo se distinguÃan como dichas por una mujer. Entonces, quitó importancia a lo que su vista le proporcionaba, haciendo un esfuerzo para interpretar aquel murmullo arrastrado por una brisa fantasmal ¿Por qué me olvidaste? Preguntaba la voz, con un cierto aire familiar en la entonación.
Al advertir que una sombra ingresaba por la ventanilla, VÃctor se giró por completo hacia la parte de atrás del auto. La sombra se deslizaba ligeramente por el asiento trasero hasta cruzar hacia el del piloto.
La mano del terror le recorrió la espina, obligándolo a estremecerse de pies a cabeza; pero cuando luchó por sacudirse la sensación, puesto que esto no tenÃa lógica alguna, la sombra se comenzó a materializar junto a él, justo ante el volante.
A su mente se vinieron recuerdos de cuando era pequeño y por las noches lo atormentaban seres sobrenaturales, o eso le decÃan. Jamás se cuestionó la identidad de las criaturas que lo visitaban, y que en más de una oportunidad le sacudieron la cama, el armario, o bien le cambiaron cosas de lugar. Lo lamentable era que sus padres nunca le creyeron, pese a que en repetidas oportunidades amaneció con rasguños en distintas partes del cuerpo. Sin embargo hoy revivÃa esos dÃas, y mientras la sombra tomaba una figura conocida, llevó la mano a la manilla, deseando escapar.
-VÃctor... -dijo aquel ente sirviéndose de la apariencia de alguien que él ya no veÃa hace mucho tiempo.
-¿Quién eres?
-¿Cómo? ¿En verdad ya me olvidaste por completo? -inquirió el ser con el tono de voz mucho más definido-. No pensé que en estos años que has pasado lejos de mà me echarÃas al olvido, al punto de arrancarme de los recovecos de tu mente y corazón.
Frente a sus atónitos ojos quedó la imagen de la mujer que por casi diez años
compartió cada instante a su lado, y que por sucesos inoportunos en su relación tuvo que dejar. Pero si realmente era ella, su adorada Elizabeth, se hallaba muy equivocada. En ningún instante la habÃa olvidado, si tan sólo la noche anterior la habÃa visto en sus sueños, con esa sonrisa suya que tanto la caracterizaba. Si bien las discusiones derrumbaron todo lo que tenÃan construido, a cada momento la añoraba.
Se volvió a fundir en sus penetrantes ojos azules, y lo atenazaron las ganas de lanzarse en sus brazos, apretarla contra su cuerpo, y acunar los sentimientos que dejaron marchar.
El frÃo se hizo mucho más intenso, y VÃctor no sentÃa sus dedos. Un motivo más para anhelar acurrucarse en ella, necesitaba ser acariciado por su calor y, si Elizabeth se lo permitÃa, dormirse apoyado en su pecho.
La mano de la mujer lo aferró del antebrazo, y ese delicioso calor que emanaba de sus carnes lo alivió, logrando que el frÃo desapareciera de su cuerpo, aunque siguiera allà en el ambiente. A continuación lo desprendió del control, y empujado por una fuerza ajena a él se aproximó a ella, reposando el rostro en su hombro desnudo.
VÃctor cerró sus ojos, el mundo que alguna vez conoció se redujo a un cuerpo tibio, el dulce aroma de un perfume floral, y la aterciopelada voz de ella que decÃa:
-Tranquilo, amor, ya estoy aquÃ...
*****
En el monitor se apreciaba la estabilidad de los signos vitales de VÃctor, quien comenzaba a despertar. Se hallaba conectado a un respirador, previniendo que de un segundo a otro lo atrapara un paro respiratorio.
Observó detenidamente la sala, ensimismado en las máquinas del costado. Jamás, en sus veintisiete años habÃa estado en aquella circunstancia. Si bien pasó en varias oportunidades por hospitales y clÃnicas privadas, no guardaba recuerdos de haber estado asÃ, era algo nuevo.
Quiso moverse, pero su cuerpo parecÃa entumecido. Al sentir los vendajes, comprendió que algo que desconocÃa habÃa sucedido, por lo que no le quedaba otra opción que esperar a que alguien lo viniese a ver para entregarle detalles de lo ocurrido.
De pronto advirtió la presencia de un hombre a su izquierda. Giró un poco la cabeza y descubrió que se trataba de Javier. PermanecÃa dormido incómodamente en una silla, apoyado en el muro. Tuvo la intención de hablarle, y solo se quedó en eso, una simple intención, ya que regresó a las máquinas, para centrarse en el monitor que marcaba su pulso;pero entonces alcanzó a distinguir como una sombra se deslizaba por la pared, bajando suavemente por entre el revoltijo de cables, hasta perderse en el suelo.
Se le vino a la mente el encuentro con Elizabeth en la camioneta, y el temor no fue capaz de palpar sus carnes; no obstante la curiosidad lo atenazó, conteniendo con mucho esfuerzo el deseo por investigar lo que se escondÃa bajo la cama.
Escudriñó su alrededor, aquel ser de un momento a otro se manifestarÃa, y querÃa estar atento. Entonces oyó un gruñido que provenÃa de abajo, seguido de suaves murmullos y carcajadas. Con esto no pudo apartar el miedo de sus entrañas, y un escalofrÃo le cruzó toda la espina, llegando a enfriar hasta sus miembros.
El gruñido persistió sobre los murmullos y las risas, y al mismo tiempo que el ambiente se enfriaba, un espeso humo negro comenzó a rodear la cama. De las entrañas de este fenómeno surgieron varios pares de ojos ardientes como ascuas.
VÃctor se estremeció de pies a cabeza. Estos extraños entes se estaban trepando por las patas de su camilla, y no podÃa hacer nada para detenerlos. Entonces fue que vio los afilados dientes resplandecer en medio de sus cuerpos amorfos.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, el terror lo tenÃa a su merced. ComprendÃa que serÃa presa fácil de estas criaturas, y de pronto fue sacudido por un duro golpe en la parte inferior de la cama. El joven llegó a despegar la espalda del colchón, luego se azotó violentamente, notando por primera vez las múltiples lesiones que le punzaban horriblemente en todo el cuerpo.
El gruñido se transformó en un rugido, y en el justo instante que estos seres se arrojaron sobre él, enseñando los hocicos surcados por acerados dientes, cerró los ojos.
Sintió garras que le arañaban la piel y colmillos que se le hincaban profundamente. El dolor se hizo tan insoportable que se rindió, cayendo inconsciente.
****
Volvió a despertar, y en esta oportunidad Javier se encontraba a su lado.
-Compadre, pensé que pasarÃas un dÃa más inconsciente -comentó Javier acercando la silla a la cama.
-¿Qué pasó? Solo tengo vagos recuerdos...
-Choqué -anunció Javier apesadumbrado-.
Por desgracia el más afectado fuiste tú, yo la saqué barata. Sólo un par de moretones y rasmillones. A quien le tocó duro fue a ti. El golpe contra la barrera fue justo en tu lado, y terminaste con una pierna rota, un par de costillas en las mismas condiciones, y mejor ni hablar de los moretones que fueron bastantes.
-Ya veo...
-¡Y ni hablar de la camioneta! Me saldrá impresionantemente caro arreglarla. Por suerte el seguro cubrirá una parte.
VÃctor se quedó meditando un momento.
Del accidente sà tenÃa una ligera sospecha, pero ¿qué habÃa sucedido con Elizabeth? ¿AbrÃa salido sana y salva?
-¿Y Elizabeth??
-Ah, cierto; cuando te sacaron del vehÃculo no dejabas de llamarla -le señaló Javier-. Veo que aún no la olvidas del todo.
Lo que le decÃa su amigo no tenÃa ni una pizca de sensatez ¡habÃa visto con sus ojos a Elizabeth! ¿Y ahora le revelaban que no estaba en la máquina al momento del choque? ¿Acaso estaba demente? ¡No era posible! Ella estuvo allÃ, aún tenÃa su tacto, su aroma, su voz ¿le estarÃa jugando una broma? ¿O quizás no le querrÃa informar la condición de ella? Fuese cual fuese el motivo, su amigo le indicaba que Elizabeth no estuvo allÃ, y que nada más habÃa sido un juego de su mente. Opción que frente a su percepción de los hechos, no era factible.
-¿Estás seguro que ella no se encontraba en la camioneta? -volvió a preguntar VÃctor sin poder creerlo.
Javier lo miró fijamente.
-¿Me estás preguntando en serio, VÃctor?
Su amigo asintió.
Javier dejó escapar un profundo suspiro ¿cómo le preguntaba eso? En el interior solo iban los dos, y estaba más que seguro que VÃctor estaba al tanto de ello. Entonces ¿porqué le insistÃa por Elizabeth?
-VÃctor, dime por favor ¿qué recuerdas del accidente?
-Recuerdo... Que te dije de la velocidad, y cuando nos fuimos contra la barrera de contención... no sé... ahà todo se vuelve negro -dijo el joven rebuscando cuidadosamente en su cabeza-. Luego, estaba en la camioneta... oà murmullos... y entonces apareció Elizabeth.
-VÃctor, tú bien sabes que ella ya lleva casi un año fuera de la región. Ni siquiera sus conocidos tienen idea de su paradero. Lo más probable es que todo haya sido un truco sucio de tu mente.
-Por favor, pregunta por ella.
-VÃctor... ¿no escuchas lo que te digo? Hace mucho rato que ya nadie sabe de ella -se mostró disgustado Javier-. Y aunque pudiese contactar con Elizabeth ¿Crees que ella querrá saber de ti? Claro que no.
-Javier, por favor.
Frente a la insistencia de su amigo, Javier cedió de mala gana. SabÃa que ella seguÃa molesta por la separación, incluso esa era la razón por la cual se habÃa ido de la capital sin hacer mención a nadie de su paradero. Solo esperaba olvidar a VÃctor, fuese como fuese; pero tenÃa una posibilidad de averiguar algo: Patricio, uno de los mejores amigos de Elizabeth se reunirÃa con él bien entrada la tarde, serÃa el único medio al alcance para conseguir datos.
-Esta es una de las peores decisiones que has tomado, VÃctor, pero está bien, voy a preguntar por ella. No te prometo nada, solo que haré todo lo que esté a mi alcance.
-Muchas gracias, Javier, te debo una.
Las horas fueron transcurriendo, y VÃctor no dejaba de pensar por un sólo momento en el encuentro con Elizabeth ocurrido en el vehÃculo ¿realmente serÃa un juego de su mente?
Ya no estaba conectado al respirador artificial, pero el moverse resultaba una pesadez. Clavó la mirada en el techo, preguntándose una y otra vez por el paradero de ella. Era como si los acontecimientos sobrenaturales vividos en ese último tiempo no tuviesen importancia, pues en ni un solo instante se detuvo a pensar en ellos, eso que en el encuentro de hace horas atrás lo habÃan atacado.
De un momento a otro la puerta de la sala se abrió, y por ella entró la enfermera de turno, en compañÃa de la persona que menos esperó que le visitara, Elizabeth.
VÃctor se la quedó mirando fijamente ¡no lo podÃa creer! Era ella, después de tanto tiempo.
-Señorita, solo tendrá unos minutos; recuerde que el horario de visitas ya terminó, y estamos haciendo una excepción -indicó la enfermera encaminándose a la puerta.
-SÃ, lo entiendo. Muchas gracias.
Cuando la mujer se retiró ambos se quedaron contemplando, como si estuviesen buscando qué decir y no lo encontraran.
Elizabeth se acercó lentamente a él, aclarándose la garganta en señal de tener la intención de decir la primera palabra. Al percibir esto, VÃctor se quiso adelantar; por ningún momento dejarÃa que ella lo volviese a dejar atrás.
No creà que te verÃa tan pronto... -comenzó él, luchando por no mostrarse encantado con la visita de ella.
Elizabeth se volvió a aclarar la garganta, luego dijo:
-Javier me contó lo del accidente, y no me podÃa quedar de brazos cruzados.
VÃctor desvió la mirada. TenÃa muchas ganas de pedirle que se acercara y lo abrazara, pero ya no existÃa nada entre ellos, no se podÃa dar esa libertad.
-¿Te molesta que esté aqu� -preguntó ella jugueteando con el carrillo de su chaleco en señal de nerviosismo.
VÃctor quiso responder, aunque se silenció por completo al ver que del muro se derramaba sangre.
Elizabeth no pareció percatarse de este fenómeno y se acercó un poco más a la cama, casi rosando con las manos las ropas. Entonces el sangrado del muro se hizo mayor, chorreando con libertad, casi como si el concreto tuviese venas, y una de estas estuviese cortada. No obstante él era el único que estaba al tanto de esto.
Luego regresaron los gruñidos debajo de la cama, y cuando Elizabeth finalmente se atrevió a aferrarle la mano por sobre las cobijas, un chillido ensordecedor se oyó, penetrando los tÃmpanos del joven.
Ella era ajena a este suceso, y guiada por los impulsos de eso que tenÃa en su corazón, y que jamás consiguió arrancar, se inclinó sobre él.
-Elizabeth... bueno, yo...
-Tranquilo, amor, ya estoy aquÃ.
Sus labios se encontraron, y al ser acariciados con dulzura, el chillido se fue apagando, hasta extinguirse por completo. A continuación un espeso humo negro se alzó del suelo, trepando el muro, llevándose consigo la sangre derramada.
Cientos de recuerdos regresaron a la mente de ambos, reviviendo una vez más los poderosos sentimientos que embargaban sus corazones, y mientras se continuaban besando, el humo se perdÃa por el extractor de aire.