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  • Foto del escritorLuis Montenegro

Recuerdos

La noche estaba avanzada, y entre los destellos fugaces de las estrellas en el firmamento y el ligero murmullo de las criaturas al costado del camino, Javier aceleraba la camioneta, pasando como una saeta carmesí por enfrente de un autoservicio.


-¿Crees que encontremos alguna botillería en menos de treinta minutos? –le consultó un joven moreno que hacía de copiloto-. Mira que la idea no es alejarnos tanto de la cabaña, los chicos se preocuparán.


-Víctor, relájate. Todos están más que entonados. No se percatarían de nuestra ausencia aunque nos largáramos toda la noche.


-No estoy tan seguro de eso. Recuerda que ya quedaba poco para beber, podría apostar que se darán cuenta de nuestra falta.


-Mmm, tienes razón. Nos van a extrañar por el copete -dijo Javier acelerando un poco más-. La cuestión es que no vi botillerías en el camino, solo un par de negocios a unos quince o veinte minutos de aquí. Esperemos que nos sirva de algo.


De un momento a otro bajó una espesa niebla, pero Javier no disminuyó la velocidad, parecía ido tras el volante. Víctor se comenzó a inquietar, dedicándole miradas de soslayo para ver si tomaba cartas en el asunto; sin embargo no lo hizo, y cuando ya no alcanzaba a detectar el camino a menos de un metro, profirió:


-¡Javier, la velocidad!

-¡Mierda!

Javier pisó el freno, y los neumáticos patinaron en el pavimento, precipitándose contra la barrera de contención.


*****


Víctor despertó exaltado. Buscó desesperadamente a Javier, pero este no estaba; no había vidrios rotos, ni un solo indicio de choque alguno. Aunque cuando trató de avistar el exterior la niebla se lo impidió. Por alguna razón se volvió mucho más densa, tanto que no le permitía distinguir nada a menos de medio metro.


Probablemente Javier salió del vehículo para buscar ayuda mientras dormía, o eso fue lo primero que imaginó con el fin de no alarmarse.


Buscó la manilla de la puerta. Cuando la encontró, la forzó en vano pues se hallaba con seguro. Intentó otear minuciosamente tratando de dar con el botón que dejaría la puerta libre, pero tuvo que dejar su cometido debido a que la máquina se agitó violentamente.


Creyó que se trataba de un movimiento sísmico; durante los últimos cinco años se habían vuelto comunes, por lo que respiró profundo y mantuvo la calma. No obstante el temblor no se detenía, mas bien se intensificaba más y más con el pasar de los segundos. La desesperación lo embargó, y mientras la respiración se le aceleraba, los ojos se le abrían desmesuradamente, sus manos sudaban en abundancia, y sus dedos se crispaban sobre sus muslos.


La carrocería se agitó con tal agresividad, que Víctor temió que los cristales estallaran ante sus ojos; y cuando su vista se comenzó a nublar y sintió que sería arrastrado a la inconsciencia, todo cesó.


Sus músculos no querían reaccionar, y poco a poco comenzó a mover sus miembros. Entonces lo abrazó una brisa gélida que lo hizo sentir como si estuviese expuesto a una fría madrugada de invierno. Se trataba de algo realmente ilógico, ya que en el interior del automóvil aún estaba encendida la calefacción, y se cercioró de esto. Precisamente, la calefacción funcionaba, y al máximo ¿Se trataría de una sensación asociada al miedo? Se preguntó.


Oyó un murmullo, seguido de lo que pareció el suave aliento de una persona en su oído derecho, y por más que trató de buscar al responsable en el espejo retrovisor, no vio nada. Se hallaba solo, lo curioso es que dicho murmullo no desapareció, muy por el contrario, se fue volviendo mucho más persistente, tornándose cada vez más nítido.

Giró la cabeza queriendo conocer el origen de aquellas palabras que segundo a segundo se distinguían como dichas por una mujer. Entonces, quitó importancia a lo que su vista le proporcionaba, haciendo un esfuerzo para interpretar aquel murmullo arrastrado por una brisa fantasmal ¿Por qué me olvidaste? Preguntaba la voz, con un cierto aire familiar en la entonación.


Al advertir que una sombra ingresaba por la ventanilla, Víctor se giró por completo hacia la parte de atrás del auto. La sombra se deslizaba ligeramente por el asiento trasero hasta cruzar hacia el del piloto.


La mano del terror le recorrió la espina, obligándolo a estremecerse de pies a cabeza; pero cuando luchó por sacudirse la sensación, puesto que esto no tenía lógica alguna, la sombra se comenzó a materializar junto a él, justo ante el volante.


A su mente se vinieron recuerdos de cuando era pequeño y por las noches lo atormentaban seres sobrenaturales, o eso le decían. Jamás se cuestionó la identidad de las criaturas que lo visitaban, y que en más de una oportunidad le sacudieron la cama, el armario, o bien le cambiaron cosas de lugar. Lo lamentable era que sus padres nunca le creyeron, pese a que en repetidas oportunidades amaneció con rasguños en distintas partes del cuerpo. Sin embargo hoy revivía esos días, y mientras la sombra tomaba una figura conocida, llevó la mano a la manilla, deseando escapar.

-Víctor... -dijo aquel ente sirviéndose de la apariencia de alguien que él ya no veía hace mucho tiempo.


-¿Quién eres?

-¿Cómo? ¿En verdad ya me olvidaste por completo? -inquirió el ser con el tono de voz mucho más definido-. No pensé que en estos años que has pasado lejos de mí me echarías al olvido, al punto de arrancarme de los recovecos de tu mente y corazón.


Frente a sus atónitos ojos quedó la imagen de la mujer que por casi diez años

compartió cada instante a su lado, y que por sucesos inoportunos en su relación tuvo que dejar. Pero si realmente era ella, su adorada Elizabeth, se hallaba muy equivocada. En ningún instante la había olvidado, si tan sólo la noche anterior la había visto en sus sueños, con esa sonrisa suya que tanto la caracterizaba. Si bien las discusiones derrumbaron todo lo que tenían construido, a cada momento la añoraba.

Se volvió a fundir en sus penetrantes ojos azules, y lo atenazaron las ganas de lanzarse en sus brazos, apretarla contra su cuerpo, y acunar los sentimientos que dejaron marchar.


El frío se hizo mucho más intenso, y Víctor no sentía sus dedos. Un motivo más para anhelar acurrucarse en ella, necesitaba ser acariciado por su calor y, si Elizabeth se lo permitía, dormirse apoyado en su pecho.


La mano de la mujer lo aferró del antebrazo, y ese delicioso calor que emanaba de sus carnes lo alivió, logrando que el frío desapareciera de su cuerpo, aunque siguiera allí en el ambiente. A continuación lo desprendió del control, y empujado por una fuerza ajena a él se aproximó a ella, reposando el rostro en su hombro desnudo.


Víctor cerró sus ojos, el mundo que alguna vez conoció se redujo a un cuerpo tibio, el dulce aroma de un perfume floral, y la aterciopelada voz de ella que decía:

-Tranquilo, amor, ya estoy aquí...


*****


En el monitor se apreciaba la estabilidad de los signos vitales de Víctor, quien comenzaba a despertar. Se hallaba conectado a un respirador, previniendo que de un segundo a otro lo atrapara un paro respiratorio.


Observó detenidamente la sala, ensimismado en las máquinas del costado. Jamás, en sus veintisiete años había estado en aquella circunstancia. Si bien pasó en varias oportunidades por hospitales y clínicas privadas, no guardaba recuerdos de haber estado así, era algo nuevo.


Quiso moverse, pero su cuerpo parecía entumecido. Al sentir los vendajes, comprendió que algo que desconocía había sucedido, por lo que no le quedaba otra opción que esperar a que alguien lo viniese a ver para entregarle detalles de lo ocurrido.


De pronto advirtió la presencia de un hombre a su izquierda. Giró un poco la cabeza y descubrió que se trataba de Javier. Permanecía dormido incómodamente en una silla, apoyado en el muro. Tuvo la intención de hablarle, y solo se quedó en eso, una simple intención, ya que regresó a las máquinas, para centrarse en el monitor que marcaba su pulso;pero entonces alcanzó a distinguir como una sombra se deslizaba por la pared, bajando suavemente por entre el revoltijo de cables, hasta perderse en el suelo.


Se le vino a la mente el encuentro con Elizabeth en la camioneta, y el temor no fue capaz de palpar sus carnes; no obstante la curiosidad lo atenazó, conteniendo con mucho esfuerzo el deseo por investigar lo que se escondía bajo la cama.


Escudriñó su alrededor, aquel ser de un momento a otro se manifestaría, y quería estar atento. Entonces oyó un gruñido que provenía de abajo, seguido de suaves murmullos y carcajadas. Con esto no pudo apartar el miedo de sus entrañas, y un escalofrío le cruzó toda la espina, llegando a enfriar hasta sus miembros.


El gruñido persistió sobre los murmullos y las risas, y al mismo tiempo que el ambiente se enfriaba, un espeso humo negro comenzó a rodear la cama. De las entrañas de este fenómeno surgieron varios pares de ojos ardientes como ascuas.

Víctor se estremeció de pies a cabeza. Estos extraños entes se estaban trepando por las patas de su camilla, y no podía hacer nada para detenerlos. Entonces fue que vio los afilados dientes resplandecer en medio de sus cuerpos amorfos.


Sus ojos se abrieron desmesuradamente, el terror lo tenía a su merced. Comprendía que sería presa fácil de estas criaturas, y de pronto fue sacudido por un duro golpe en la parte inferior de la cama. El joven llegó a despegar la espalda del colchón, luego se azotó violentamente, notando por primera vez las múltiples lesiones que le punzaban horriblemente en todo el cuerpo.


El gruñido se transformó en un rugido, y en el justo instante que estos seres se arrojaron sobre él, enseñando los hocicos surcados por acerados dientes, cerró los ojos.


Sintió garras que le arañaban la piel y colmillos que se le hincaban profundamente. El dolor se hizo tan insoportable que se rindió, cayendo inconsciente.


****


Volvió a despertar, y en esta oportunidad Javier se encontraba a su lado.


-Compadre, pensé que pasarías un día más inconsciente -comentó Javier acercando la silla a la cama.

-¿Qué pasó? Solo tengo vagos recuerdos...

-Choqué -anunció Javier apesadumbrado-.


Por desgracia el más afectado fuiste tú, yo la saqué barata. Sólo un par de moretones y rasmillones. A quien le tocó duro fue a ti. El golpe contra la barrera fue justo en tu lado, y terminaste con una pierna rota, un par de costillas en las mismas condiciones, y mejor ni hablar de los moretones que fueron bastantes.


-Ya veo...

-¡Y ni hablar de la camioneta! Me saldrá impresionantemente caro arreglarla. Por suerte el seguro cubrirá una parte.


Víctor se quedó meditando un momento.


Del accidente sí tenía una ligera sospecha, pero ¿qué había sucedido con Elizabeth? ¿Abría salido sana y salva?


-¿Y Elizabeth??

-Ah, cierto; cuando te sacaron del vehículo no dejabas de llamarla -le señaló Javier-. Veo que aún no la olvidas del todo.


Lo que le decía su amigo no tenía ni una pizca de sensatez ¡había visto con sus ojos a Elizabeth! ¿Y ahora le revelaban que no estaba en la máquina al momento del choque? ¿Acaso estaba demente? ¡No era posible! Ella estuvo allí, aún tenía su tacto, su aroma, su voz ¿le estaría jugando una broma? ¿O quizás no le querría informar la condición de ella? Fuese cual fuese el motivo, su amigo le indicaba que Elizabeth no estuvo allí, y que nada más había sido un juego de su mente. Opción que frente a su percepción de los hechos, no era factible.


-¿Estás seguro que ella no se encontraba en la camioneta? -volvió a preguntar Víctor sin poder creerlo.


Javier lo miró fijamente.


-¿Me estás preguntando en serio, Víctor?

Su amigo asintió.


Javier dejó escapar un profundo suspiro ¿cómo le preguntaba eso? En el interior solo iban los dos, y estaba más que seguro que Víctor estaba al tanto de ello. Entonces ¿porqué le insistía por Elizabeth?


-Víctor, dime por favor ¿qué recuerdas del accidente?

-Recuerdo... Que te dije de la velocidad, y cuando nos fuimos contra la barrera de contención... no sé... ahí todo se vuelve negro -dijo el joven rebuscando cuidadosamente en su cabeza-. Luego, estaba en la camioneta... oí murmullos... y entonces apareció Elizabeth.

-Víctor, tú bien sabes que ella ya lleva casi un año fuera de la región. Ni siquiera sus conocidos tienen idea de su paradero. Lo más probable es que todo haya sido un truco sucio de tu mente.

-Por favor, pregunta por ella.

-Víctor... ¿no escuchas lo que te digo? Hace mucho rato que ya nadie sabe de ella -se mostró disgustado Javier-. Y aunque pudiese contactar con Elizabeth ¿Crees que ella querrá saber de ti? Claro que no.

-Javier, por favor.


Frente a la insistencia de su amigo, Javier cedió de mala gana. Sabía que ella seguía molesta por la separación, incluso esa era la razón por la cual se había ido de la capital sin hacer mención a nadie de su paradero. Solo esperaba olvidar a Víctor, fuese como fuese; pero tenía una posibilidad de averiguar algo: Patricio, uno de los mejores amigos de Elizabeth se reuniría con él bien entrada la tarde, sería el único medio al alcance para conseguir datos.


-Esta es una de las peores decisiones que has tomado, Víctor, pero está bien, voy a preguntar por ella. No te prometo nada, solo que haré todo lo que esté a mi alcance.

-Muchas gracias, Javier, te debo una.


Las horas fueron transcurriendo, y Víctor no dejaba de pensar por un sólo momento en el encuentro con Elizabeth ocurrido en el vehículo ¿realmente sería un juego de su mente?


Ya no estaba conectado al respirador artificial, pero el moverse resultaba una pesadez. Clavó la mirada en el techo, preguntándose una y otra vez por el paradero de ella. Era como si los acontecimientos sobrenaturales vividos en ese último tiempo no tuviesen importancia, pues en ni un solo instante se detuvo a pensar en ellos, eso que en el encuentro de hace horas atrás lo habían atacado.


De un momento a otro la puerta de la sala se abrió, y por ella entró la enfermera de turno, en compañía de la persona que menos esperó que le visitara, Elizabeth.

Víctor se la quedó mirando fijamente ¡no lo podía creer! Era ella, después de tanto tiempo.


-Señorita, solo tendrá unos minutos; recuerde que el horario de visitas ya terminó, y estamos haciendo una excepción -indicó la enfermera encaminándose a la puerta.

-Sí, lo entiendo. Muchas gracias.


Cuando la mujer se retiró ambos se quedaron contemplando, como si estuviesen buscando qué decir y no lo encontraran.


Elizabeth se acercó lentamente a él, aclarándose la garganta en señal de tener la intención de decir la primera palabra. Al percibir esto, Víctor se quiso adelantar; por ningún momento dejaría que ella lo volviese a dejar atrás.


No creí que te vería tan pronto... -comenzó él, luchando por no mostrarse encantado con la visita de ella.


Elizabeth se volvió a aclarar la garganta, luego dijo:


-Javier me contó lo del accidente, y no me podía quedar de brazos cruzados.

Víctor desvió la mirada. Tenía muchas ganas de pedirle que se acercara y lo abrazara, pero ya no existía nada entre ellos, no se podía dar esa libertad.

-¿Te molesta que esté aquí? -preguntó ella jugueteando con el carrillo de su chaleco en señal de nerviosismo.


Víctor quiso responder, aunque se silenció por completo al ver que del muro se derramaba sangre.


Elizabeth no pareció percatarse de este fenómeno y se acercó un poco más a la cama, casi rosando con las manos las ropas. Entonces el sangrado del muro se hizo mayor, chorreando con libertad, casi como si el concreto tuviese venas, y una de estas estuviese cortada. No obstante él era el único que estaba al tanto de esto.


Luego regresaron los gruñidos debajo de la cama, y cuando Elizabeth finalmente se atrevió a aferrarle la mano por sobre las cobijas, un chillido ensordecedor se oyó, penetrando los tímpanos del joven.


Ella era ajena a este suceso, y guiada por los impulsos de eso que tenía en su corazón, y que jamás consiguió arrancar, se inclinó sobre él.


-Elizabeth... bueno, yo...

-Tranquilo, amor, ya estoy aquí.


Sus labios se encontraron, y al ser acariciados con dulzura, el chillido se fue apagando, hasta extinguirse por completo. A continuación un espeso humo negro se alzó del suelo, trepando el muro, llevándose consigo la sangre derramada.


Cientos de recuerdos regresaron a la mente de ambos, reviviendo una vez más los poderosos sentimientos que embargaban sus corazones, y mientras se continuaban besando, el humo se perdía por el extractor de aire.





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