Bajó de la escalera mecánica que ascendÃa desde el subterráneo, caminó despreocupado hacia el ascensor por entre la multitud que paseaba en el mall y observaba muy interesada las ofertas de los llamativos anuncios de colores y luces. Otros grupitos simplemente pasaban hablando entre amigos o amigas, y algunos solitarios, como él, se trasladaban ensimismados en las pantallas de sus costosos teléfonos móviles.
Subió al ascensor y se acomodó en un rincón, junto a una muchacha que convencÃa a su bebé de que se tomara la leche en una mamadera, ya que ella no tenÃa ni tiempo ni espacio para darle pecho. Pensó que se trataba de una situación demasiado egoÃsta, pero él no era quien para hacérselo entender; se trataba de una muchachita insensata que tal vez lo comprenderÃa cuando su retoño creciera, descubriendo con tristeza que el tiempo pasarÃa y no se detendrÃa para que ella tuviera consciencia de las necesidades de su pequeño.
Llegó al piso veinte, el último nivel. Bajó luego de dejar que todas las personas descendieran; pero fue cuestión de poner un pie fuera, para que quienes aguardaban subir se abalanzaran estrellándolo sin medirse, sin siquiera ofrecerle una disculpa. Salió como pudo, se acomodó la chaqueta de cotelé y dejando escapar un profundo suspiro continuó su camino.
Llegó a la terraza. Muchas personas estaban reunidas fumando, compartiendo risas; pero no faltaban aquellos que permanecÃan en un rincón, con el cigarro en la boca y la atención puesta en el teléfono, escribiendo lo más rápido que sus dedos le permitÃan.
Era cierto que él igual estaba solo, pero era por decisión propia. DebÃa cuestionarse muchas cosas en su vida. Si bien tenÃa un trabajo excelente y una esposa e hijos exitosos, no significaba que fuese plenamente feliz. Le faltaba algo de sazón a su vida. No tenÃa idea del valor que tenÃan las cosas. Su puesto laboral finalmente lo habÃa conseguido porque su padre era el dueño de la empresa, y a pesar de no tener estudios administrativos ocupaba una banca en la gerencia de la misma, sin mayores obligaciones que hacer presencia un par de horas mirando una pelÃcula o serie en lÃnea. Además, a su esposa la habÃa conquistado con mentiras, ocultando lo más que pudo su comportamiento celoso, posesivo y violento; dejándolo aflorar después de que hubieron cumplido tres años de casados, y de esperar a su segundo hijo.
Arrojó la colilla bien apagada en el cenicero para enseguida encender el siguiente cigarrillo.
Cincuenta años y recién ahora venÃa a descubrir eso horrible de su vida, de haber vivido de mentira en mentira, de comportarse de la misma forma que el resto, de forma insensata e individualista. Pero aun asà existÃa una solución, o eso imaginó en su mente.
Apagó la colilla y la arrojó en el centro del cenicero. Miró cuidadosamente a cada una de las personas que estaban allÃ. Nadie lo reconocÃa, podÃa tratarse de una de las caras visibles de la empresa, pero aun asà nadie lo ligaba con su ocupación. Tal vez le faltaba más protagonismo, quizás hasta salir en comerciales en la televisión; mas eso no le garantizaba que se pudiera sentir realizado, completo.
Regresó al primer piso del centro comercial, salió por la mampara principal mirando la hora en su reloj de pulsera y, al estar en la vereda encaminándose a su vehÃculo estacionado a dos cuadras, sacó un dispositivo del bolsillo no más grande que la palma de su mano y presionó el botón rojo que parpadeaba en la parte inferior izquierda del mismo.
Oyó un fuerte estruendo que venÃa del mall, gritos aterrados de la gente, vidrios que se rompÃan junto con toda la estructura.
Miró de reojo por sobre su hombro. El fuego consumÃa el primer nivel del edificio y, más rápido de lo que calculaba, ascendÃa destruyendo, matando. Una sutil sonrisa se dibujó en sus labios, luego siguió su camino.
Relato Adaptado de un Sueño Compartido por Dreko