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  • Foto del escritorLuis Montenegro

En un solo Acto

Bajó de la escalera mecánica que ascendía desde el subterráneo, caminó despreocupado hacia el ascensor por entre la multitud que paseaba en el mall y observaba muy interesada las ofertas de los llamativos anuncios de colores y luces. Otros grupitos simplemente pasaban hablando entre amigos o amigas, y algunos solitarios, como él, se trasladaban ensimismados en las pantallas de sus costosos teléfonos móviles.

Subió al ascensor y se acomodó en un rincón, junto a una muchacha que convencía a su bebé de que se tomara la leche en una mamadera, ya que ella no tenía ni tiempo ni espacio para darle pecho. Pensó que se trataba de una situación demasiado egoísta, pero él no era quien para hacérselo entender; se trataba de una muchachita insensata que tal vez lo comprendería cuando su retoño creciera, descubriendo con tristeza que el tiempo pasaría y no se detendría para que ella tuviera consciencia de las necesidades de su pequeño.

Llegó al piso veinte, el último nivel. Bajó luego de dejar que todas las personas descendieran; pero fue cuestión de poner un pie fuera, para que quienes aguardaban subir se abalanzaran estrellándolo sin medirse, sin siquiera ofrecerle una disculpa. Salió como pudo, se acomodó la chaqueta de cotelé y dejando escapar un profundo suspiro continuó su camino.

Llegó a la terraza. Muchas personas estaban reunidas fumando, compartiendo risas; pero no faltaban aquellos que permanecían en un rincón, con el cigarro en la boca y la atención puesta en el teléfono, escribiendo lo más rápido que sus dedos le permitían.

Era cierto que él igual estaba solo, pero era por decisión propia. Debía cuestionarse muchas cosas en su vida. Si bien tenía un trabajo excelente y una esposa e hijos exitosos, no significaba que fuese plenamente feliz. Le faltaba algo de sazón a su vida. No tenía idea del valor que tenían las cosas. Su puesto laboral finalmente lo había conseguido porque su padre era el dueño de la empresa, y a pesar de no tener estudios administrativos ocupaba una banca en la gerencia de la misma, sin mayores obligaciones que hacer presencia un par de horas mirando una película o serie en línea. Además, a su esposa la había conquistado con mentiras, ocultando lo más que pudo su comportamiento celoso, posesivo y violento; dejándolo aflorar después de que hubieron cumplido tres años de casados, y de esperar a su segundo hijo.

Arrojó la colilla bien apagada en el cenicero para enseguida encender el siguiente cigarrillo.

Cincuenta años y recién ahora venía a descubrir eso horrible de su vida, de haber vivido de mentira en mentira, de comportarse de la misma forma que el resto, de forma insensata e individualista. Pero aun así existía una solución, o eso imaginó en su mente.

Apagó la colilla y la arrojó en el centro del cenicero. Miró cuidadosamente a cada una de las personas que estaban allí. Nadie lo reconocía, podía tratarse de una de las caras visibles de la empresa, pero aun así nadie lo ligaba con su ocupación. Tal vez le faltaba más protagonismo, quizás hasta salir en comerciales en la televisión; mas eso no le garantizaba que se pudiera sentir realizado, completo.

Regresó al primer piso del centro comercial, salió por la mampara principal mirando la hora en su reloj de pulsera y, al estar en la vereda encaminándose a su vehículo estacionado a dos cuadras, sacó un dispositivo del bolsillo no más grande que la palma de su mano y presionó el botón rojo que parpadeaba en la parte inferior izquierda del mismo.

Oyó un fuerte estruendo que venía del mall, gritos aterrados de la gente, vidrios que se rompían junto con toda la estructura.

Miró de reojo por sobre su hombro. El fuego consumía el primer nivel del edificio y, más rápido de lo que calculaba, ascendía destruyendo, matando. Una sutil sonrisa se dibujó en sus labios, luego siguió su camino.


Relato Adaptado de un Sueño Compartido por Dreko





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