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  • Foto del escritorLuis Montenegro

Pasado

Actualizado: 27 abr 2019

Cuánto tiempo había surcado las extensas cuevas con sus alas membranosas, maravillado por el trabajo minucioso de los miembros de su raza; y ahora de todo aquel esplendor no quedaba nada.


Bajo las tenues luces mágicas se extendían los vastos territorios subterráneos de lo que pudo llegar a ser un gigantesco imperio, con sus construcciones en mármol blanco y gris, deteriorado por la humedad y el paso de los años.


Se posó sobre el templo en donde se rendía tributo a Enssus, el padre de la creación, quien los hizo ser la estirpe privilegiada con la longevidad: llegaban a vivir fácilmente tres mil años, y eran superados solamente por los Gaorus, los gatos mágicos. Fijó su atención en la estatua del padre que se alzaba casi veinte metros del suelo. Esta tenía los ojos cerrados: ¿qué significaría? ¿Se habrían alejado del cuidado divino?


Descendió al patio del recinto sagrado posando sus garrudas patas a metros de una vertiente artificial erigida en piedra con forma de tortuga, en la que el chorro de agua caía de su hocico entreabierto.


¿Cuánto habría dormido? Se preguntó esforzándose por recordar, pero antes de despertar en el fondo del foso de mineral no había nada salvo oscuridad.


Limpió una de las figurillas de plata que estaban a las puertas del templo y representaban tortugas humanoides, los seres que, según su creencia, habían pisado primero el mundo mortal. Le quitó la suciedad con esmero hasta descubrir su brillo místico, pero al igual que la estatua que representaba al altísimo, tenía los ojos cerrados. Retrocedió aterrado; no obstante, antes de sacar conclusiones quiso seguir explorando el territorio, por lo que echó a volar.


Al pasar la vertiente, se encontró con una realidad abrumadora. Algunas viviendas estaban en ruinas y no a causa de los siglos. Algo más se ocultaba en aquella desolación, y la respuesta estaba en los millares de lápidas que se extendían por la zona. Su amada nación había sido azorada.


Sobrevolando bajo consiguió leer los nombres de los caídos reconociendo a varios de ellos. Esto le hizo apretar los dientes y garras presa de la impotencia. ¡Mientras su gente era asesinada él dormía plácidamente!


Remontando las altas construcciones que parecían estar a muy poco de venirse abajo, batió las alas con el corazón desgarrado. Seguía el camino de piedrecilla en dirección a la salida de la ciudad que estaba oculta en la ladera de la Montaña de hielo, entre escarpados picos nevados casi todo el año. Sin embargo, al llegar a la entrada y quitar las rocas que obstruían el paso, sus dilatadas pupilas acostumbradas a las tenues luces que pendían de los techos de las cavernas se contrajeron al ser golpeadas por los rayos del sol.


En su mente se avistaron cientos de imágenes de lo que fue alguna vez la imponente Pacifis con sus habitantes vestidos con ligeras prendas de lino y engalanados con piedras preciosas, sus elaboradas construcciones de piedra sólida y las bellísimas estatuas que representaban no solo a los dioses, sino también a los seres que consideraban importantes; todo estaba siempre en su máximo esplendor, mas hoy la escena era parte de un lejano pasado. Y se quedó allí, recordando tiempos de antaño mientras su cuerpo se petrificaba desde la punta de las garras hasta el último mechón grisáceo de su cabeza.



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