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  • Foto del escritorLuis Montenegro

Noche de Olvido


La estación de trenes estaba vacía, nadie la esperaba, solo yo.


Los perros dormían a un rincón sobre cartones empujados por la helada noche que se aprontaba, y las palomas cantaban su arrullo característico en lo alto de los postes despidiendo el día.


Cuando avisté la luz de la locomotora a lo lejos le marqué al primer taxista de la lista, no estaba de ánimo para buscar a uno en especial. Guardé el teléfono en el bolsillo de mi impermeable y la busqué barriendo con la vista las ventanillas del vagón, no la veía por ningún lado. Hasta que la distinguí entre un grupo de personas en la segunda puerta del último carro.


Cuando bajó la tomé con ternura de la mano y la atraje hacia mí contemplándola de pies a cabeza. Lucía preciosa, y sin más la besé en los labios.


Este beso no tuvo el mismo sabor que los anteriores, lo sentí con un leve sabor amargo.


Revolví sus cabellos claros con mis dedos sintiendo aquella textura sedosa, y lentamente separé mi boca de la suya, arrastrando con este movimiento el sabor de su elíxir que no borraría tan fácil de mis recuerdos, y creo que ella tampoco.


El taxi llegó, y al subir nos encontramos con la radio pasando en tono moderado el tema "Estar enamorado", la versión de "Rojo amor", una canción que ambos disfrutábamos.


-Al fundo Los Graneros, por favor -le dije al taxista con mi mejor tono para la ocasión, evitando lo más posible que se manifestara la tristeza que me destruía por dentro.

Él asintió en silencio.


Cruzamos miradas con el hombre. En primera instancia no lo pude reconocer, luego de unos segundos supe quien era y me sentí tranquilo, pues ya me había llevado en veces anteriores sin cobrarme más de la cuenta.


Al arrancar el motor la abracé y posé mi rostro en su frente, capturando ese aroma liberado por su piel, tan embriagador y seductor.


Ambos tarareamos la letra de la canción, igual que las que vinieron después. Cuando el taxista se detuvo me aparté de ella para poder pagar el viaje.


-¿Lo mismo de siempre? -consulté cogiendo un billete de la billetera.

-¿Cuando te he cobrado más?


Esbozando una sonrisa sutil le pagué y me dispuse a bajar. Una vez que tuve los pies sobre el piso de tierra, alcé la mirada hacia lo alto contemplando la luna llena que mantenía claro el cielo.


No lograba comprender como la noche había avanzado tan rápido, en un primer instante estaba en la estación con las tinieblas abrazando el firmamento y ahora..., de frente al portón, la noche se mostraba bien avanzada. Pero bueno, la situación no ameritaba pensar en ello.


Me volví a ver como el taxi se alejaba. Para mi sorpresa ella se bajaba, y tras cerrar la puerta de un empellón, tomaba otro rumbo murmurando:


-Que sea lo que tenga que ser...


Los faroles del vehículo se alejaron al igual que ella. Me había quedado solo. Solo allí, con la polvareda dejada por el taxi; solo, con el canto de los grillos; solo, con el acompañamiento del croar de las ranas; solo, con mis pensamientos... Solo, solo con la luna, que era la única que me acompañaba aquella noche.





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