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Foto del escritorLuis Montenegro

Ni una Palabra

Actualizado: 27 abr 2019

La dosis había sido exacta. Ella despertó después de seis horas sin saber dónde se encontraba y sin poder ver nada más que la ventana que solo mostraba el atardecer.


Trató de incorporarse, pero estaba atada de piernas y manos a una silla acolchada con armazón de metal. Se debatió desesperada pero no pudo zafarse. Se encontraba completamente desnuda. Quién la había atrapado se preocupó de quitarle cada prenda, incluso la gargantilla de plata que usaba desde los quince años.


Oteó su entorno. Era una habitación de unos cuatro metros cuadrados, completamente de madera. A su espalda, junto a la única puerta había una vitrina de vidrio y madera con tres repisas, que alojaban vasos y copas de cristal.


Quiso gritar, mas su boca continuaba adormecida. Le parecía que su lengua era gruesa y pesada, probablemente se tratara de los efectos colaterales del químico que se había usado para dormirla.


La puerta se abrió y entró alguien dando largas zancadas. Volvió a cerar, asegurándose de que la chapa quedara con seguro, así nadie los molestaría. Ella tembló, pero fue incapaz de volverse a ver de quien se trataba.


Cuando se aclaró la garganta supo que era un hombre. Oía su respiración extasiada que se aceleraba más y más. Apretó las manos, sintió el tacto suave de su captor en el hombro: cómo esos dedos subían por su cuello para luego descender a su escápula, contorneándola.


-Cuanta suavidad en tu cuerpo,Ana. Ni te imaginas cuanto desee tocarlo, acariciarlo.


Ella se estremeció, ¡conocía la voz! sin embargo no sabía su nombre. Lo visualizó en su mente. Sí, efectivamente se escuchaba igual que el joven que vivía en el primer pasaje, aquel que la saludaba y le regalaba dulces sonrisas cuando caminaba a la universidad. Aunque de igual forma la azoraron las dudas.Él parecía tímido y sencillo, ¿lo estaría confundiendo?


Escuchó como el sujeto desenroscaba algo. Advirtió un exquisito aroma a flores y cuando pasó caminando hacia la ventana sus sospechas se volvieron ciertas. ¡Era él! ese muchacho, el mismo que solo hace dos días le había regalado un ramo de rosas rojas cortadas de su jardín. Ana lo miró suplicante, él entornó los ojos.


-No, no me mires así, preciosa. ¿Dónde está esa deliciosa mirada de niña sensible? esa misma mirada que descubrí cuando te regalé las rosas, ¿o es que tienes miedo? no, por favor, no temas. Mi interés es disfrutar de ti, de cada recoveco disponible en tu piel. Ensalzarte de gloria. ¿Que porqué te tengo atada? Pues, porque eres mi mariposa, y no hay mejor que una mariposa con las alas retenidas, o podría revolotear por ahí sin dejarme disfrutar de sus confines.


El joven sostuvo el recipiente ambarino con la mano izquierda, mientras que con la otra acariciaba el rostro de Ana. Lentamente fue paseando los dedos por aquella piel morena bajando por los contornos de su mentón, y siguió descendiendo suavemente por el cuello hasta llegar a sus redondos y bien formados pechos. Sacó un poco del líquido aromático del recipiente y se lo fue esparciendo en los pechos, comenzó por el pezón y fue realizando movimientos circulares por los contornos, bañando cada centímetro de aquel tejido esponjoso. Repitió el mismo proceso en el otro, y a continuación se acercó a olerla.De ahí bajó por su abdomen hasta detenerse en su sexo. En este punto se detuvo y se arrodilló entre sus piernas, y prosiguió huntándolaen aceite desde la punta de los dedos de los pies hasta la cintura. En el rostro de él se reconocían la posesión y el deseo.La deseaba, ¡cuánto la deseaba!Siguió empapándola, extendiendo un campo de flores de primavera en su máximo esplendor sobre sus carnes, volviéndola más y más irresistible, encendiendo como una hoguera la pasión.


-¿Cómo consigues esconder tanta hermosura en tu figura, amor? ¡Hasta las flores palidecen junto a ti!


Él apegó su rostro al muslo de ella, subió en dirección de su entrepierna.La olió como un animal huele a su presa. Seguido la besó por sobre los labios, retomó el camino por su cadera y continuó trepando por su cintura, para besar con fuego el contorno del pecho. La tocó con las manos en la base del cuello, le recorrió la barbilla con la punta de los dedos para, finalmente,tocar su rostro angelical quebrantado por el miedo.


Ana lloró, él se exaltó y se incorporó.


-No, no llores, amor. Entiende que solamente quiero ofrecerte mis sentimientos. Estás en mi mente y corazón, soy tu voluntad. Me derrito a tus pies. No te haré daño, deja de llorar.


La dulce voz de él acariciaba los tímpanos de Ana. ¿Pero por qué hacía todo esto? se preguntó. Él le secó las lágrimas con el dorso de la mano.


-Todo comenzó hace tres años, cuando llegaste con tu familia a vivir al pasaje seis. Me deslumbraste, fue amor a primera vista. Ese cabello como noche sin luna, tus ojos como esmeraldas, tu piel... esa sensualidad al caminar... y te quería a mi lado. Añoraba perderme en los vastos parajes de tu piel tras cada atardecer y regresar de la tierra de los sueños enredado en tus brazos. Pero no, para ti no dejaba de ser alguien común. Jamás te diste cuenta de que imploraba por tu atención, y que esas sonrisas fuesen solo para mi. Cada encanto únicamente y exclusivamente para mí.


Ella trató de gritar, pero su boca continuaba adormecida. Él tapó el recipiente y lo arrojó al fondo de la habitación. Luego desenfundó un cuchillo carnicero que traía oculto bajo el abrigo de lanilla. Con cuidado frotó el filo en el vientre de ella, insinuando la punta en el vestigio vaginal.


-Me tienes en tus manos, mi corazón es tuyo.


Dicho esto, el muchacho se abrió el abrigo. No traía nada debajo.


Los ojos de Ana se abrieron desmesurados, ¡tenía el pecho abierto en canal! Allí estaban los huesos y,si uno miraba detenida y cuidadosamente, se le reconocía un corte irregular en las costillas.Probablemente el elemento usado para ese cometido había sido una cierra.


No brotaba sangre, tampoco se distinguía dolor en él. Posiblemente se hallaba bajo el efecto de algún sedante muy potente. Se hincó el cuchillo sin titubear, arrancándose el corazón aún palpitante. Le depositó el órgano vital entre las piernas, la sangre salpicando en todas direcciones. Y poco a poco la vida se despidió de él… Calló a plomo,de espalda, con los ojos vidriosos.


Ana no lo toleró más y, con la sangre resbalando por su piel desnuda, encontró el grito que tanto anhelaba. Gritó quebrantando el silencio con miedo, terror, desesperación al rojo atardecer.





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