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  • Foto del escritorLuis Montenegro

La Llamada de la Muerte

Manejaba de regreso a la casa de su hermana. Con mucha suerte distinguía el camino para no estrellarse. Su cuerpo se deterioraba aún más a cada momento, ya había cumplido el plazo pactado, o eso imaginó.

Al mirar a la gente ya no les distinguía el rostro ni sus facciones, en su lugar avistaba la energía que corría por sus carnes, como si el hecho de que su esencia se desprendiera poco a poco del cuerpo mortal agudizara sus capacidades extrasensoriales hasta un punto que le asustaba. Incluso, de vez en cuando distinguía a misteriosas criaturas pasearse por entre las multitudes envueltas en lo que parecía vapor, pero él era consciente de que no pertenecían al mundo terrenal. Durante muchos años trabajó en una asociación de abogados que le prestaba servicios a personajes importantes del gobierno, liberándolos de condenas por actos deshonestos. Sabía que sus acciones no estaban bien, pero jamás dio marcha atrás; necesitaba el dinero para cuidar a su familia, aunque este estuviese asquerosamente manchado. Detuvo el vehículo frente a la casa de Serena, su hermana, y luego de bajar, echarle seguro y activar la alarma, involuntariamente se retorció hacia adelante. Alcanzó a sostenerse del poste de la luz para no caer. Una puntada aguda le atravesó el estómago, tosió y le faltó poco para vomitar.

Faltaban escasos minutos para las once de la noche. Miró a su alrededor, no se veía nadie en la cercanía y lo agradecía, pues lo que menos deseaba era dar pena con las consecuencias que él mismo se había buscado. Una mano consumida en sombras salió de abajo del vehículo y lo aferró de la pierna, él pateó desesperado para liberarse. Avanzó hasta la puerta, miró hacia atrás y reconoció un par de ojos grises brillantes que lo observaban entre las ruedas. No se entregaría tan fácilmente. Aún le quedaban cosas por hacer, y a pesar de que en sus oídos ya zumbaban los murmullos de aquellos seres que venían por él a fin de cumplir el contrato, no se rendiría, antes desgarraría su alma. Introdujo la llave en la cerradura de la casa, le dio vueltas y entró. Cerró a su espalda con suavidad y parpadeó para que sus pupilas se adaptaran a la penumbra abrazadora del comedor. Afuera, pisadas y gruñidos suspiraban ansiosos por su mente corrompida. Anhelaban desgarrarlo y regocijarse con sus gritos mientras lo arrastraban por el río de fuego y sangre que conducía al más allá, donde cada muerto iba a descansar en criptas de plata y cristal, no sin antes ser juzgado y castigado.

Trastabilló hasta la mesa, tomó lugar en una de las esquinas y alargó la mano al mueble de cocina que estaba a su espalda. Abrió el cajón para extraer uno de los cuchillos carniceros que su hermana cuidaba tanto, le quitó la funda de polímero y se quedó prendido del brillo fantasmagórico de la hoja. Le deslizó los dedos por el costado del filo, tranquilizándose al sentir el frío metal que le recordaba que aún estaba vivo, y que esa melodía con trompetas y cantos guturales provenientes de gargantas espectrales no significaba nada.

Sí, escuchó la llamada de la muerte, esa misma que desprende parte a parte la fuerza activa de los huesos y arranca los tendones energéticos que ofrecen el motor para que el corazón siga palpitando, los pulmones abasteciendo, y el cerebro funcionando; pero no le importó. Aguardó sereno en el comedor con el cuchillo en mano, percibiendo como las criaturas se infiltraban por entre las ranuras de forma gaseosa, y recuperaban su consistencia lentamente.

Sonrió, nada lo pararía, mucho menos monstruos que pertenecían a un rincón ignorado por la gente ordinaria.

Miró por sobre su hombro derecho. Las puertas estaban cerradas, restaba ejecutar su escape triunfal. Sostuvo el cuchillo al frente, con la punta en dirección de su garganta. Su hermana dormía en el dormitorio, su mayor esperanza. Por lo que al tener las sombras rodeándolo se degolló. No emitió quejido alguno, solo un gruñido ronco que se perdió mientras la sangre goteaba en la cerámica.

Las criaturas aullaron impotentes, pues su espíritu se escapó por el muro, listo para comenzar de nuevo.



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