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Foto del escritorLuis Montenegro

El Reflejo

Actualizado: 27 abr 2019


Acomodó la motocicleta al fondo del patio junto al rosal que crecía bajo uno de los ventanales de la casa. Aquella planta era preciosa con sus rosas rojas y blancas; sus ramas trepaban misteriosamente por el muro que rodeaba el ventanal sin cubrir los cristales con una sola de sus hojas.


Cerró cuidadosamente el portón corredizo mirando con curiosidad las casas que lo rodeaban. Era un bario antiguo, de esos con poca juventud y muchos perros. Se hallaba en el ambiente idóneo para poder estudiar especialmente cuando tocaran los exámenes más importantes.


Entró a la vivienda. El lugar era pequeño pero acogedor. Había arrendado la propiedad amoblada para despreocuparse de tener que hacerlo él, total con los ingresos que le entregaba su trabajo part time de barman y el dinero facilitado por su padre no se vería en aprietos económicos. Aunque lo que le jugaba más a favor era el hecho de que en provincia se encontraban arriendos a mitad de precio que en capital, mucho más espaciosos.


El living comedor era sencillo: un sofá color chocolate, dos sillones a juego, en medio la típica mesa de centro sobre una alfombra negra y, del otro lado junto a la puerta de entrada a la otra habitación, una mesa con seis sillas. Como decoración solo había un par de cuadros antiguos, entre los cuales solo reconoció el de la última cena ya que lo había visto en la casa de sus tíos porque había una réplica más pequeña.


Dejó el bolso sobre el sofá, se quitó la chaqueta de cuero y se estiró dando un bostezo. El solo pensar que tenía que salir a comprar le daba pereza. ¡El supermercado se encontraba a seis cuadras! agradecía que en aquella ciudad no hubieran esas manzanas infinitas de la capital.


Rebuscó en sus bolsillos y solo encontró un par de billetes doblados. Tendría que pasar por un cajero. Cuando se disponía a salir escuchó murmullos que poco a poco se fueron convirtiendo en una risa. Se giró rápidamente, pero no había nadie más allí.


Buscó en la cocina pero el espacio reducido no le podía dar refugio a nadie. Registró el baño y, finalmente, la habitación. Miró debajo de la cama y en los rincones, incluso dentro del armario: nada. Se quedó quieto un momento, temiendo que estuviera alucinando por el agotamiento.


Reparó en que la cama estaba hecha. Se notaba que la dueña se había tomado las molestias necesarias para ofrecerle el mejor de los recibimientos porque hasta lo esperaban en el velador una lámpara y un candelabro, así que no tendría escusas para no quedarse estudiando hasta tarde.


Miró el resto del dormitorio y se quedó prendido del espejo empolvado ubicado en la puerta del centro de su armario. Le sorprendió que la vivienda estuviera completamente limpia, salvo aquel cristal.


Oyó murmullos…, risas…, Sintió un impulso incomprensible de acercarse al espejo. Comenzó a quitarle el polvo con un pañuelo desechable. Lentamente fue revelando la bruñida superficie espejada y se encontró con su propia imagen, una sombra etérea que cobraba vida en el vidrio.


Le dio la impresión de que un segundo se transformaba en horas. Incluso los ruidos ambientales se esfumaban quedando en su lugar susurros que parecían hacer eco en sus tímpanos: voces fantasmagóricas que venían de todos lados y a la vez de ninguno anunciando mensajes inteligibles solamente para el subconsciente.


Clavó sus pupilas en las de su sombra que lucía sonriente. Se quiso acomodar los cabellos pero no tocó carne, solo un frío vacío que no entendió.


Trató de encontrar una respuesta lógica al asunto. No obstante, ya no quedaba tiempo para cuestionarse que pasaba. ¡Su reflejo no repetía sus movimientos!


Se desesperó intentando hallar una salida, sin embargo, sus intentos fueron en vano. Ya no había nada a su alrededor, solo el cristal al frente cual si fuera una prisión. Mientras que del otro lado del espejo, su reflejo se encaminaba a la puerta del cuarto llevándose su identidad.





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