top of page
  • Foto del escritorLuis Montenegro

Juegos en Penumbra N°1: La Vela

El guardia me dio de beber un poco de agua tibia de la cantimplora.Era la segunda vez en el día o eso me pareció. La comida aún la tendría que esperar, si es que realmente se apiadaban de mí, ya que a pesar de estar a poco de desmayarme de hambre, no era su principal obligación alimentarme. En cierto modo, era mucho mejor para ellos si moría lo antes posible.


El hombre, sin hacerse de rogar, abandonó la celda fría y oscura, echando llave en ambas chapas de la cerradura.Acción realmente estúpida si tenemos en cuenta que me tenían con grilletes en piernas y manos, con la cadena que no me dejaba alejarme ni veinte centímetros del pilar de concreto. Luego se retiró con calma silbando por el corredor.


Me debatí inútilmente.Al menos el dolor del metal cortándome la piel me recordaba que aún no era un cadáver, de alguna forma seguía vivo.


Oí ruido del otro lado de la celda.Nuevamente era ese horrible perro espectral alado.Se aproximaba hasta el punto que la débil llama de la vela se lo permitía. Esperaba paciente a concretar mi condena al fondo de la estancia, de eso estaba más que seguro.Lo oía pasearse de un lado a otro,incluso advertía, de vez en cuando, esos ojos rojos centellando en la penumbra, y ese hocico gruñendo impaciente por su comida.


Aquella cosa hacía que todo apestara a azufre y carne podrida, pero ya llevaba el tiempo suficiente para acostumbrarme a su peste, y por otro lado no me quedaba nada más que vomitar.


Emplear criaturas que no pertenecían al mundo mortal era la nueva forma de atormentar a los presos para que se declararan culpables, evitando tanto tiempo de investigación. Un método realmente inhumano que en verdad no supe si entregaba los resultados adecuados, solo acortaba la estadía de los presidiarios en la celda, reduciéndose a una vela que se consumía lentamente a pocos pasos delos desgraciados.

La especie empleada para ello era la cerberal, un tipo de criatura oriunda del mundo exterior atrapada por cazadores especializados. Eran mucho más grandes que un perro dóberman, con el cuerpo grueso y escamoso, de alas coriáceas de más de un metro. Las patas estaban armadas con agudas garras y el hocico repleto de afilados dientes expelía fuego. La cola no era más que huesos expuestos unidos por gruesos tendones que chasqueaban cada vez que la agitaba. Toda una pesadilla viviente cuya única debilidad era la luz.


Aún no tengo idea que les sucede a esas bestias con la luz, solo sé que le temen, y que esa llama que danzaba sobre la mecha era todo lo que impedía que me hincara los dientes para destriparme, desmembrarme y saciar su hambre.


Quedarme ahí era injusto, jamás pude prevenir lo que ocurriría, ni mucho menos formar parte de ello.


¡No fue mi culpa, ella se suicidó!les dije cuando me atraparon, pero nadie escuchó.

Nunca supe el nombre de esa mujer. Llegó a vivir a la casa de al lado hará un par de semanas. Se veía con muchos problemas, la mayor parte del tiempo se lo llevaba llorando y bebiendo en el patio trasero.


A veces gritaba los nombres de distintas personas.


En más de una oportunidad quise ayudarla, mas ella era incapaz de reaccionar cuando le hablaba. Siempre andaba con la vista perdida, y creo que jamás la vi sobria.

Mi única culpa fue no detenerla cuando se degolló con el cristal afilado de una botella rota. Sí, fui cobarde, y vine a reaccionar cuando ya no había vuelta atrás.


Convulsionó muy poco, más bien se entregó gustosa a los brazos de la muerte, y ese fue el único momento que la vi en paz.


Me hubiera gustado saber que era lo que la tenía tan triste. Quizás entonces no permanecería mirando esa maldita vela consumirse. Tal vez le habría podido dar una mano para salir de ese abismo profundo, y entregarle de alguna forma motivos para seguir viviendo.


Las patas con garras caminaban muy cerca. Ya no había vuelta atrás. Aunque lograra comprobar que no fui el asesino, aquella mujer de no más de treinta años seguiría muerta.


La bestia expelió más fuego fantasmagórico, el fuego que me recordaba que ella no estaba descansando, sino vagando entre ambos mundos. La condena terminaría cuando alguien la pudiera guiar al paraíso y, si no había podido evitar que arrancara su esencia espiritual de la carne, al menos le daría una mano para que pudiese concretar el último viaje.


Cerré los ojos, inspiré profundo y soplé la llama empleando mis escasas fuerzas, y finalmente la vela se apagó.





21 visualizaciones0 comentarios
bottom of page